Fotografía del artista plástico Rodolfo Rojas Bahamonde.
Por Federico Gana Johnson
La reflexión del respeto es un ejercicio que poco se practica en los días que corren. Sin embargo, la pluma certera del periodista y escritor Federico Gana Johnson lo pone en el centro para develar una necesaria deliberación de un tema olvidado en el hacer cotidiano.
Tengo, desde hace ya tiempo que se va prolongando, un vacío enorme. Y no creo ser el único.De niño me enseñaron que debía respetar no sólo a los mayores o mis amigos y en general a todas las personas con que me cruzara en la vida, sin importar la circunstancia. Por supuesto, también a las autoridades, más aún si fuesen las máximas de mi país…
Lo anterior no tiene novedad alguna. Es normal el respeto al prójimo, respetar los derechos de los demás, el respeto a los valores que dictan las normas morales. O el respeto mutuo, basado en la reciprocidad donde se respeta al otro y se recibe de vuelta la misma consideración. Ello tiene que ver con el reconocimiento y la disposición de la otra persona para relacionarse con nosotros, desde la posición en que se encuentre. Por ende, la esencia del respeto no esconde ningún tipo de desigualdad, ya sea de poder o de dignidad, sino precisamente todo lo contrario: un trato de igual a igual.El respeto a la autoridad por parte de la ciudadanía es algo que aquella logra, no únicamente como resultado de las urnas en una elección democrática sino por la actitud frente a la vida en general, de ese ser que obtuvo más votos. Una persona puede estar situada en el lugar de autoridad pero, aun así, somos nosotros los ciudadanos quienes le reconocemos al otro dicha autoridad, principalmente por efecto del respeto. Si se observa incongruencia o falta de ética en el desarrollo de quien representa ese liderazgo, poco a poco (o más rápido, depende de la persona que ejerza el cargo) el respeto hacia él se irá alejando. Y, desafortunadamente para todos, incluso pudiera llegar el momento de no cumplir las expectativas básicas de aquello que representa y provocarse un alejamiento definitivo.
Hay muchas formas de lograr no ser respetado.
Una de ellas es hacerse el simpático hasta que los demás se den cuenta de lo contrario y dejen de creer en la sonrisa amable de los dientes hacia afuera, el abrazo frígido y la repetición de conceptos hasta el cansancio. El cansancio de los demás, obvio. Otra forma de desperdiciar el respeto natural es no pensar en los demás sino decidir que aquéllos, los demás, sean como el personaje quiera que sean. O que, por el único motivo de que pretenda tener buen humor, caiga habitualmente en el ridículo.Una fórmula tremendamente peligrosa para cualquiera es intentar por cualquier medio llegar a la cima de todas las cimas, sin medir consecuencias y sin tener nunca la sencilla y humilde ocurrencia de preguntarle a los demás, que somos nosotros, sobre lo que piensan de su persona y su actuar.
La humildad es maravillosamente respetable.
Esto de la carencia de respeto, duele decirlo, se ha venido fraguando en la propia Casa de Gobierno donde habita quien ha logrado, tristemente, ser vista como una persona que extravió el natural atributo de la respetabilidad. Lo dicen las inobjetables encuestas. Además, una curiosa coincidencia: mientras más aparece en los medios periodísticos, más decaen esas cifras.
Jamás olvidaré cuando el empresario Sebastián Piñera citaba mensualmente a reunión de pauta a todos los redactores de la revista Mastercard, publicación nacida en los dictatoriales ochenta al amparo de las entonces recién llegadas a Chile tarjetas de crédito y que el ahora Mandatario se había encargado de comercializar, ya sabemos cómo.
Me permito el siguiente párrafo, casi una digresión:
La reunión se efectuaba en su oficina alrededor del amplísimo escritorio totalmente cubierto de rumas de documentos, portafolios a doquier, dos o tres aparatos telefónicos que sonaban y que el dueño de casa contestaba. Nos sentábamos en cómodas sillas atesorando en silencio nuestras ideas para reportajes que pudieran entrar en la pauta de la próxima edición. Yo, claramente no me atrevía a comentar. Con franqueza, me desagradaba notoriamente el carácter del dueño de la revista y esquivaba su irrespetuosa forma de dirigirse a los demás, allí. Nunca quise cruzar una palabra con el empresario que, como dueño de la publicación mensual, era también su director. Y que, como tal, siempre con un lápiz en su mano izquierda, brazo muy doblado y anotando en una hoja de papel cuadriculado, se metía en todos los detalles, decidía temas sin profundizarlos, no escuchaba sugerencias y, junto con responder a los llamados telefónicos que seguían interrumpiendo, cambiaba el hilo del diálogo a cada instante. Yo terminaba exhausto aquellas reuniones de pauta y me retiraba pensando que había estado en las oficinas privadas de un personaje muy poco respetable.
Hay que generalizar, porque lo del respeto es asunto de todos. Es sabido que la ardua tarea de triunfar en un alto cargo recién comienza cuando se asume. O, lo contrario, puede ser una crucial derrota. Ganarse el respeto como recién llegado no cuesta pues su valor, sobre todo en el caso de autoridades, es inherente. Está allí, es una condición natural. Como, por otro ejemplo, la honestidad. Ciertamente más difícil es conservar ese respeto “que viene con el cargo”, en cualquiera realidad y nivel donde acontezca, como ocurre prácticamente a diario en tantas circunstancias. En efecto, quienes ocupan puestos de cierta importancia en algún momento se dan cuenta de que cumplir con las expectativas incluye más que solamente desplegarse con responsabilidad y éxito en la labor diaria.
Sencillamente, se trata de crecer. Engrandecerse en el campo del respeto y nada hay en el mundo que lo logre así, salvo la propia naturaleza del personaje que se encuentre en ese trance y que, según sus profundas características humanas, alcance y mantenga esa digna consideración.
En el caso de un altísimo cargo como la Presidencia de la República, los propios ciudadanos buscamos respetar. Ser líder es un privilegio que cuesta mucho trabajo mantener. Su actitud debe ser prístinamente consecuente y mostrar que merece el lugar en el que lo ha posicionado la también respetable sociedad que lo eligió.
En otras palabras, los ciudadanos queremos respetar. Los chilenos somos republicanos y ello se advierte a cada instante. Está en el aire de la Patria. Más aún, por neta definición a los seres humanos en general nos gusta respetar a nuestras autoridades, sin importar si son o no son cercanos al ideario político que sostengamos. Yo no he podido, últimamente.Me lo han impedido ya innumerables situaciones reñidas con la ética, la honestidad, las buenas y sanas costumbres de antaño en variados círculos del establishment, que todos conocemos. Por respeto a nuestro tema central no insistiré aquí con los nombres y denuncias que ya son del dominio público y que precisamente por ello, porque se sabe, sus responsables han perdido el respeto.
Por lo tanto, porque quiero vivir en un país como el que me enseñaron mis padres y a ellos mis abuelos, estoy en un problema. Y no creo ser el único a quien esto le duela. Mis conciudadanos pueden sacar sus propias conclusiones.
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