Gráfica realizada en el GAM para el estallido social 2019. Colectivo de artistas plásticas jóvenes.
Una mirada resumida y crítica que vivimos desde el estallido social y los sueños asociados que nacieron y continúan esperanzando al día a día es la que ofrece nuestro redactor Beningo Fury, con su estilo directo, acusador, valiente y preciso.
Nada peor que traicionar al pueblo que depositó en ti sus esperanzas. Eso fue lo que ocurrió en la “transición a la democracia” (¿terminó alguna vez?), cuando quisieron hacernos creer que estábamos ad portas de convertirnos en un país desarrollado. Muchos creyeron que esta patraña era una quimera a punto de hacerse realidad. Incluso Chile entró al club de la OCDE, del cual no hemos pasado de ser el alumno “porro”, último en los lugares que de verdad importan.
Agazapados, ocultos, debajo de los promedios que exaltaban el ingreso per cápita por sobre los indicadores que reflejan la distribución del ingreso, tuvimos que esperar los efectos de la rebelión social iniciada en octubre de 2019 y los efectos de la pandemia para descubrir que había dos Chiles: uno donde se vive con elevados estándares de abundancia y otro donde la pobreza y la indignidad campean.
Saltó al escenario la precariedad de muchos trabajos que se evaporaron con los primeros signos de crisis. Suma y sigue, las empresas comenzaron a aplicar medidas de reducción de costos cuyos efectos pagan los trabajadores. Con el cierre de las escuelas y liceos públicos, el mito de la educación a distancia sucumbió ante la carencia de computadores, conexiones a internet, espacio inapropiado para estudiar. A poco andar, las carencias de los consultorios y hospitales del estado quedaron a la vista con el Covid 19 y el colapso del sistema sumió en el abandono y la postergación de las necesidades de salud de los más pobres (para evitar el eufemismo de “vulnerables”).
Los gobiernos democráticos de turno fueron llenándose la boca con frases rimbombantes y pretenciosas como “hemos dejado atrás la pobreza” o “tenemos una nueva clase media que goza los beneficios del desarrollo”. Para qué seguir, ya completamos tres décadas oyéndolas en los noticiarios (que hace varios años dejé de escuchar para ahorrarme una apoplejía que seguramente no estará cubierta por mi plan de salud).
Lo que ocurría en verdad era que mientras el “milagro económico” reducía la pobreza, la desigualdad aumentaba a un ritmo frenético. La riqueza se concentraba cada vez más y las diferencias se exacerbaban.
Este desfalco institucionalizado ocurría con el auspicio de la constitución pinochetista -el engendro del maléfico talento de Jaime Guzmán. La misma que sentó las bases para la aplicación de un modelo neoliberal extremo en Chile, que no hubiera sido posible sin la dictadura militar.
Nos hicieron creer, gracias al cuidadoso manejo de los medios de comunicación, que íbamos por una senda correcta. La única posible, rumbo al desarrollo propio de un país de leche y miel. El estado jibarizado fue subordinado el imperio del mercado. Los gobernantes fueron olvidando que se debían al pueblo que los eligió: así olvidaron realizar cuestionamientos profundos y aplicar reformas sociales a un sistema que institucionalizó la injusticia y la desigualdad, barriendo debajo de la alfombra las evidencias en contrario.
Ciertamente, con el retorno de la democracia quedó en el pasado el régimen de terror y persecución política. Este fue, sin duda, un progreso notable. Sin embargo, las bases del neoliberalismo no fueron tocadas y se dio paso a una era marcada por los éxitos del crecimiento económico, el incremento del consumo, la exaltación del individualismo y la creencia generalizada de que es más importante “tener” que “ser”. La cultura se fue quedando atrás, al igual que la educación pública. Es decir, se produjo más que una continuidad, más bien una exaltación del modelo neoliberal, sin mayores cambios sociales.
Este cuadro se agravó con la desmovilización social promovida desde la Concertación, el desaparecimiento de los medios de comunicación de centroizquierda y el control monopólico de la televisión y los diarios de circulación nacional. El Estado siguió actuando en su reducido (por no decir amputado) rol subsidiario o asistencialista, dejando toda la iniciativa a los privados, a quienes no les interesa generar acciones redistributivas del ingreso. Así se inició la carrera del crecimiento cuyos mayores beneficios siempre aterrizaron en las billeteras de los ricos, día tras día más poderosos y dueños de todo: mineras, bancos, supermercados, canales de televisión, etc.
En los sucesivos gobiernos de la Concertación se continuó con la labor destructiva de la presencia del Estado, como, por ejemplo, la privatización de las empresas de agua en el gobierno de Frei Ruiz Tagle, la apertura a la entrada de las empresas inversoras multinacionales, las concesiones de carreteras del gobierno de Lagos. Todo ello, destinado a mantener el balance macroeconómico positivo donde resulta fundamental mantener una “buena relación” con los empresarios. Esta cercanía fue evolucionando a clientelismo, servilismo y finalmente una franca corrupción que estalló con el financiamiento de la política -como sabemos- con casos como Soquimich y Penta, entre otros (cuyas consecuencias han sido mínimas para los empresarios).
En este escenario la propiedad continuó concentrándose en pocas manos. El poder económico se volvió omnímodo y el poder político se subordinó a él. Los electores se convirtieron en una masa objeto de acciones de marketing planificadas por los partidos políticos, actuando como sociedades anónimas administradoras de sus cuotas de poder.
Se impuso la creencia de que el Etado es ineficiente por definición y que se le debe mantener lejos del sector productivo. ¿Acaso la corrupción de los privados será signo de eficiencia? ¿Acaso las colusiones de los privados son manifestación de alguna forma de eficacia? ¿Las ganancias excesivas de bancos, AFP e ISAPRES van en beneficio de los ciudadanos? ¿Qué sería de las finanzas del Estado sin los ingresos de Codelco? ¿La calidad de servicio y las tarifas de energía eléctrica, comunicaciones y agua potable se hacen con criterios sociales? Extensa es la lista de preguntas que podríamos formular a este respecto.
Ahora, a fin de cuentas, resulta que quienes crearon el estado de cosas que provocó la rebelión son quienes van a traernos la mágica solución.
Los partidos políticos tienen la potestad de presentar los candidatos a convencionales sin otro esfuerzo que un mero trámite.
Ninguno de los nuevos partidos políticos en formación en 2020 logró superar los obstáculos generados por la normativa legal y la pandemia; no es casualidad, fue diseñado así. ¿Por qué los partidos iban ceder cuotas de poder? (pudiendo haberlo hecho).
En cambio, los candidatos independientes (sin respaldo de partidos) deben reunir un considerable número de firmas para poder inscribirse, sin posibilidad de generar ninguna asociatividad entre ellos.
Pongo mis esperanzas en la lucidez de la ciudadanía que votó en un 80% por el Apruebo. Sabrán escoger para votar a los candidatos independientes que quieren cambiar este modelo neoliberal que nos agobia y hacerse cargo de las demandas de los más pobres. Sabrán identificar a quienes ya tuvieron y gastaron su oportunidad de cambiar las cosas y la omitieron, y les negarán su voto. Sabrán darse cuenta de quienes representan los intereses de los dueños de todo y no les darán su preferencia.
No es fácil el desafío que tenemos por delante, pero la marea popular que se inició el 18 de octubre de 2019 fue la realización de un sueño imposible. Quienes detentan el poder debieron ceder ante la demanda ciudadana, tras una cruenta y dolorosa represión que no debemos olvidar. Claridad de ideas y participación popular, esas fueron las claves que nuevamente debemos poner en acción en esta coyuntura.
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