Este texto es muy preciso y demostrativo de la fiereza de una época. La fuerte pluma de Lagerkvist en los párrafos seleccionados por Josefina Muñoz Valenzuela evidencian un sentido de la vida, trágicamente asociado con la muerte.
Pär Lagerkvist (Suecia, 1981 – 1974), Premio Nobel de Literatura 1951. Escribió novelas, cuentos, poesía y teatro tomando temas y personajes antiguos, pero en función de su presente y de los contextos históricos. Vivió las dos grandes guerras y el nazismo, acontecimientos que marcaron y transformaron profundamente a Europa y a sus habitantes.
Entre sus libros más importantes están Angustia (1916, poesía), La eterna sonrisa (1920, cuento fantástico), Historias malignas (cuentos, 1924), El verdugo (novela, 1933), El enano (novela, 1944), Barrabás (novela, 1950), La sibila (novela, 1956).
En todas sus obras desfilan en un especial entrelazamiento los grandes temas de la humanidad: la crueldad de la guerra y de los seres humanos, las capacidades del odio y del amor, la venganza, la muerte caracterizada como un estado de “la eterna sonrisa” acerca del cual dialogan vivos y muertos, las dudas acerca de creer en un Dios que permite que sucedan acontecimientos terribles. Escritor notable cuyas palabras, algunas ya de más de un siglo, tienen mucho que decirnos hoy, con profundidad estremecedora y gran belleza.
El verdugo transcurre en la Edad Media pero vemos su figura presente a través de la historia, porque siempre ha estado entre los seres humanos; desempeña su trabajo concentrando en él los deseos y órdenes de otros que no desean ser los ejecutantes. Su publicación coincide con el final de la Primera Guerra Mundial y el temprano advenimiento del nazismo. Comienza y acaba en una taberna en la que los personajes y sus conversaciones se dan en tiempos muy diferentes. El verdugo es temido y odiado, viste el color de la sangre y lleva en la frente el signo infamante de su profesión. Se le describe como un ser que “estando tan cerca del mal tenga un poder que solo a él le pertenezca”. Sabe que nació para desempeñar ese rol y nada pudo evitarlo:
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“Estoy en mi tarea desde el principio de las edades y aún no ha llegado la hora de su fin. Los siglos pasan. Generaciones vienen y generaciones van. Los pueblos aparecen y desaparecen, desvaneciéndose en la noche, pero yo permanezco. Soy el que queda mientras todos pasan, y los veo alejarse, unos tras otros, borrándose en la distancia con sus manchas de sangre. Yo soy el único que perdura. (…)
Todavía me llaman y obedezco. Tiendo la mirada por encima de los pueblos. La tierra está caliente y afiebrada, y el chillido de los pájaros enfermos puede oírse por los aires. ha llegado el oscuro tiempo del mal. Es la hora del Verdugo.
El sol avanza entre nubes de angustia y alumbra lo bueno y lo malo por igual. Yo atravieso la tierra con mi hoz. La señal del crimen está marcada a fuego sobre mi frente. Yo mismo soy un culpable, condenado para toda la eternidad… ¡Por vuestra culpa! (…)
Cuando estoy en mi casa de Verdugo, asomado a la ventana gris y veo cómo los prados se extienden silenciosos y tranquilos en el seno del crepúsculo, con sus flores y sus árboles, en la maravillosa paz inmensa de la tarde, es como si me asfixiara mi destino y caería por tierra si no estuviera a mi lado esta mujer.
Posó su mirada sobre la mujer pobre, que tenía aspecto de mendiga y sus ojos se encontraron.
Me alejo de la ventana porque no puedo contemplar la belleza de la tierra, mas ella se queda allí, mirando hacia afuera hasta que oscurece.
En la casa que compartimos es tan prisionera como yo. Pero ella puede mirar la belleza de la tierra y eso le permite vivir.
Al caer la tarde me acaricia la frente con sus manos y dice que entonces desaparece la marca del Verdugo. Es distinta de todas las mujeres porque es la mujer que puede amarme. (…)
Cuando se duerme, serena, entre mis brazos, me levanto y la abrigo. Después me visto, silenciosamente, para no despertarla. Luego me deslizo en la noche para cumplir mi oficio. El cielo está amenazante y cálido sobre la tierra… Bueno es que no se haya despertado. Es mejor que yo esté solo frente a mi destino. Pero sé que me espera al volver de mi tarea, sé que viene a mi encuentro cuando regreso, agobiado, con las manchas de sangre”.
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