La reflexión del escritor Diego Muñoz no se reduce al diagnóstico de lo que pasa en el país. Su cumpleaños 65 lo conmina a hacer una mirada crítica que acompaña a mucha gente, no tan solo a los que cruzan el umbral de la “tercera edad”. Su jubileo tiene poco de fiesta pero sí mucho de futuro. No se jubila, sigue dando ideas.
Ayer, 19 de febrero, cumplí 65 años, la edad que permite pensar -aunque solo teóricamente- en el merecido descanso que debió proveer la jubilación tras una extensa vida de trabajo y sacrificios. Un paraíso al final del camino. Un edén evaporado, corrompido, aniquilado. Esto acarrea inevitables reflexiones.
Un justo sueño que naufragó en el pantano de las AFP, un diseño maquiavélico implantado en dictadura para acumular enormes masas de capital y ponerlas al servicio de los grandes propietarios, los dueños de todo: bancos, supermercados, multitiendas, mineras, forestales, cadenas de farmacias, fruteras, isapres, clínicas, constructoras, AFPs y un interminable y codicioso etcétera.
Tras una completa vida de trabajo un ciudadano apenas recibe una pensión que -en la mayoría de los casos- alcanza apenas una cuarta parte de los ingresos recibidos durante la vida laboral. Es decir, llegar a los 65 significa que -con las escasa excepciones de algunos privilegiados- hay que resignarse a una inmerecida e indigna pobreza, o bien a seguir trabajando en lo que sea para financiar el alto costo de la salud, la vivienda y la alimentación.
Los presuntos privilegios para los “adultos mayores” son exiguos, si es que no irrisorios o francamente ridículos: rebajas en precio de entradas para algunos espectáculos, estacionamientos con mejor ubicación (para aquellos que poseen automóvil), programas de vacaciones con rebajas. Como se ve, nada sustantivo como podría ser una rebaja sistémica en los costos de acceso a la salud.
Ayer justamente cumplí 65 años y concurrí a vacunarme, como estaba previsto en la planificación por grupos etarios. Vi una abrumadora mayoría de adultos mayores y, con cierta curiosidad, algunos jóvenes. Imagino (suponiendo que el personal de la salud ya está cubierto) que se trataba de profesores que han sido priorizados como grupo por sobre enfermos crónicos con patologías de riesgo, sobre la determinación del gobierno de abrir los colegios desde el 1 de marzo, una medida con la cual me cuesta estar en acuerdo. Desplazar a una persona con alto riesgo de fallecer acaso contrae el COVID, me parece una política inhumana.
Es más, me entero de algunos casos de vacunación prematura, por ejemplo, el senador Juan Ignacio Latorre de Revolución Democrática, con apenas 42 años. ¿Qué puede justificar esta situación anómala? Tal vez las aprensiones de un individuo que se considera de la mayor importancia para la marcha de un país. Ergo, no somos todos iguales. De un dirigente político y representante en el Congreso esperamos una conducta ejemplar. Un ejemplo de consistencia exhibido al país.
Lo mismo vale para Carlos Díaz, el recientemente electo Presidente del Colegio de Profesores. Se ve muy saludable a sus 55 años. ¿Por qué ocupa una vacuna que correspondía a una persona de alto riego? ¿Por qué se vacuna si no hace clases?
Vergonzosa me parece la conducta de estos dirigentes profesionales que forman parte de la elite política. Lesiva para aquellas ciudadanos y ciudadanas que sufren de enfermedad crónica y son injusta, irresponsablemente postergados en su derecho y necesidad a ser vacunados.
Me entero al mismo tiempo que ya se han vacunado 35.000 adultos que no son adultos mayores ni enfermos crónicos. Seguramente en esa posible lista de vacunados (que sería bueno conocer) abundarán casos como Díaz y Latorre. Casos y ejemplos desoladores que entenebrecen el horizonte cuando -se supone- marchamos hacia un mejor Chile, más justo y más digno, más democrático e igualitario. Sin líderes que den el ejemplo en la vida diaria, la esperanza se diluye.
A modo de conclusión, este recién ungido adulto mayor propone lo siguiente:

Todos los ciudadanos debemos meditar muy bien nuestro voto de constituyentes en abril y seleccionar aquellos independientes que den garantía de autonomía. Y cuidarse en especial de aquellos que cuenten con grandes recursos.

Aquellos dieron la lucha contra la dictadura militar -en su mayoría hoy adultos mayores- no podemos jubilarnos e irnos a la casa. Debemos continuar involucrados en la lucha de hoy.

Lo más importante ocurrirá en la lucha en el campo de las ideas y la difusión de ellas. Será una lucha de largo aliento, donde las ideas serán fundamentales para alimentar la esperanza de un mundo nuevo y mejor.