La imagen es de la Radio Universidad de Chile.
La filósofa y profesora del Liceo Isidora Zegers de Huneeus de Puerto Montt llama la atención de la poca relevancia que ha tenido la Educación en las discusiones constitucionales. Y plantea con fuerza que “se deben dar soluciones reales, un plan de acción, algo que en realidad nos permita disfrutar de esta pequeña victoria que por fin hemos logrado”.
A pesar de que constantemente se promueven discusiones acerca de los nuevos desafíos que conlleva el cambio constitucional, poco o nada se ha hablado de un verdadero cambio en el ámbito educativo, cambio que afecta de manera fundamental el proceso democrático que se trata de defender.
En los últimos años hemos sido testigos de todo tipo de transformaciones sociales que han llegado pisando fuerte y han logrado lo que incluso en algún momento se consideró imposible: un cambio constitucional que realmente represente a un pueblo que exige la democracia. Sin embargo, a pesar de la felicidad que inunda a una gran mayoría, pocos saben qué cambios verdaderamente se harán, y más aún, qué nos deparará el futuro con dichos cambios. La democracia tan defendida y buscada está más lejos de lo que se piensa, pues los ciudadanos de a pie, especialmente aquellos a los que les legamos el futuro, no tienen ni siquiera las bases para entender y defender la democracia que tan arraigada tienen en su pecho y su garganta.
Los jóvenes, especialmente los colegiales, se están enfrentando a cambios radicales sin tener la oportunidad de realmente entender dichos cambios: no me refiero solo a la desigualdad que todos conocemos entre la educación pública y la privada, sino al sistema mismo al que todos están adscritos y del que no tienen ninguna posibilidad de alejarse, ese sistema que lo único que exige son horas de lenguaje y matemáticas, sin tener ningún problema de prescindir del resto de las ramas; el sistema que les ofrece un futuro sí y solo sí desde jóvenes tienen buenas notas a lo largo de su educación media en esas dos materias o una buena puntuación en un examen, al que llaman “evaluador de competencias”, a pesar de la dificultad que podría implicar evaluar las aptitudes de cada alumno con tan solo un examen estandarizado.
La educación, si lo vemos desde la filosofía, debería ser la enseñanza de ciertos principios o conocimientos para lograr ser mejores, o como diría Platón, “para alcanzar la virtud”. Lejos queda esa definición de la memorización de conceptos y el desarraigo con la realidad que ostenta, casi orgulloso, todo un grupo de personas, entre políticos, profesores e instituciones, y que perpetúa tanto la desidia como la ignorancia de los alumnos. Se gritan arengas acerca de la importancia de la clase media, acerca de la igualdad o la equidad, de la vida digna, de los derechos y demás, sin embargo, ¿se sabe de qué se habla cuando se tratan esos temas?, ¿no tenemos problemas con la hipocresía que implica hablar de educación de calidad, de igualdad de condiciones y posibilidades, y aun así no cambiar las raíces de un sistema inútil?
He sido profesora por unos pocos años, pero he tenido la oportunidad de poder comunicarme personalmente con mis alumnas, y he visto como niñas a las que únicamente les interesa el arte, incluso generan apatía por la única clase que supuestamente debería interesarles; he conocido chicas que por no haber tenido jamás la oportunidad de hablar tranquilamente con un adulto, les temen, y se consideran incapaces de hacer nada porque se las ha convencido de ello; he sido testigo de los ataques de ansiedad que se dan al poner un “rojo”, porque en lugar de asociarlo con una posibilidad de mejorar o con no haber logrado unos objetivos específicos que se requerían, sino que se relaciona con el fracaso y quizá con un regaño o un golpe en casa o incluso con el fracaso de la vida futura. Porque si no se obtiene ese tan ansiado cuatro, es imposible que se pueda estudiar la carrera ansiada, o incluso estudiar como tal. Y el problema no se limita a la falta de comunicación entre alumnos y profesores o a la forma de interpretar las notas (mala interpretación que lleva metida en nuestra cabeza por mucho tiempo), también está en la forma de enseñar, en lo que se espera que una persona “debe conocer” o “debe hacer”, como si el deber ser de todos los humanos fuera saber de memoria unas ecuaciones o leer un párrafo.
Y no se trata de decir que cada cual debería estudiar lo que quiere, porque todos sabemos que es necesario un conocimiento básico de un gran espectro de materias para saber qué nos gusta y qué no, en qué somos buenos o no; sino que esta forma en la que se impone el valor de ciertas materias necesariamente encauza al sistema educativo y a los alumnos a que se consideren solo ciertas asignaturas como realmente válidas o importantes. A los alumnos se les enseña —o más bien se les impone— que solo ciertos conocimientos o carreras valen, que las artes son solo un hobby, que “no dan plata”; que la educación física consiste solo en juegos para distraerse de las horas de desagradable memorización; que la filosofía es decir “cosas profundas como Paulo Coelho”, y que la educación, en general, solo es aquello que sucede mientras regurgitas información sobre una guía en la que esperas tener un cuatro o, si tienes suerte, más; no se enseña que la educación es todo lo que implica crecimiento y desarrollo del individuo.
He visto a las mejores investigadoras, usando todas las técnicas de la investigación académica, inconscientemente, por supuesto, en aquellas niñas que investigan teorías exóticas de sus personajes favoritos de sus series preferidas; he conocido a filósofas que podrían dejar sin argumentos a Descartes, y que utilizan sus argumentos para discutir el porqué de su nota o simplemente para reírse un poco con su profesor; o a artistas sumamente creativas que, sin embargo, desprecian todo lo que hacen, porque es su deber estudiar derecho. ¿Qué se les está enseñado a aquellos alumnos?, ¿debemos asumir que sus reales aptitudes no son válidas y que solo las competencias que alguien más dijo sí lo son?, ¿se puede decir que limitar los intereses y hacer caso omiso a los talentos para obligar a los alumnos a lidiar con un sistema retrógrado y obsoleto es la forma de fomentar la libertad y el pensamiento crítico? Porque se debe tener en cuenta que, si se universaliza una sola manera de aprender, calificar y clasificar estudiantes y conocimiento, realmente estamos dejando de lado las aptitudes y las capacidades, por no decir el interés.
Y este sistema no es nuevo; por el contrario, se ha venido “perfeccionando” a lo largo de los años, hemos visto los recortes de horas de materias “inútiles” para promover lo que realmente importa. ¿Se puede hablar de democracia y equidad cuando queremos evitar a toda costa que la gente aprenda algo “inútil” ?, ¿se puede hablar realmente de democracia y equidad cuando se intenta a toda costa no hacer cambios que favorezcan a la mayoría y al futuro?
Y no se trata de enfocarse en sentimentalismos o intentar convencer con falacias ad misericordiam, sino de mostrar casos reales, que he visto por cientos, que son la representación de la realidad actual y futura, una realidad que a toda costa se trata de ignorar, como si no existiera, o como si fuera un problema nimio del que alguien se hará cargo en algún momento.
Se ansían cambios radicales con la Constituyente, pero ¿realmente estamos haciendo algo por aquellos cambios? Porque todos sabemos que el papel lo soporta todo, pero la realidad no es una representación fiel de dicho papel, y es en la realidad que vivimos donde realmente debemos hacer cambios. La igualdad o equidad se muestra en los actos, no solo se exige como principio primordial bajo amenaza de castigo, porque sabemos que no hay nada peor que exigir algo a alguien que no quiere darlo. No podemos defender solo conceptos, que muchos ni siquiera entienden, no podemos dejarnos llevar por los pensamientos utópicos, sino que se debe atacar por todos los flancos cada uno de los problemas, y se deben dar soluciones reales, un plan de acción, algo que en realidad nos permita disfrutar de esta pequeña victoria que por fin hemos logrado.
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