Las claves las da el crítico literario Antonio Rojas Gómez: “Patria es un libro para leer con detención. No es para avanzar rápido. Una de esas novelas que se paladean lentamente…”
Patria, Fernando Aramburu, novela
Editorial Tusquets, 444 páginas
Pocas novelas me han causado una impresión tan profunda como esta de Fernando Aramburu. Por el tema que aborda, la forma en que lo hace y la calidad literaria sorprendente, que con justicia le valió el reconocimiento a la mejor novela del año 2019.
El tema es la Eta, el movimiento separatista vasco que ensangrentó una vez más a España con una lucha fratricida. Pero eso es lo formal, pudiéramos decir, la apariencia. De lo que en realidad se trata es del odio que destruye a los seres humanos y los vuelve monstruos, sin que sean capaces de percibirlo. Y eso no ocurrió solo en una región de España hace algunos años, no tantos, sino que pasa hoy mismo en muchos lugares del globo, si no en el planeta entero. Aquí, en Chile, lo tenemos en la Araucanía, sin ir más lejos.
Lo que el libro nos cuenta es cómo la lucha armada cambió la vida de dos familias de un pueblo pequeño, que eran amigas íntimas, casi parientes, y de qué manera el cambio abrió grietas entre los integrantes de cada familia.
Los dos hombres, Txato y Joxian, presentan similitudes y diferencias. El primero tiene una empresa de camiones, que levantó con su propio esfuerzo, y da trabajo a mucha gente. El otro, en cambio, es obrero en una fábrica y cultiva una huerta en sus ratos libres. Los dos son fanáticos ciclistas y pertenecen al club que organiza actividades los domingos, largos recorridos por caminos montañosos, y a diario comparten con los amigos comunes en el bar del pueblo. Y ambos son manejados por sus respectivas esposas, Bittori y Miren. Las mujeres mandan.
Txato y Bittori tienen dos hijos, Xabier y Nerea. Ambos estudiaron, Xabier es médico, Nerea, abogada. Joxian y Miren tienen tres: Arantxa, Joxe Mari y Gorka. La primera se casa con un español no vasco, tienen dos hijos; ella enferma grave y queda postrada en silla de ruedas, el marido se va con los hijos, pero el matrimonio andaba mal hacía rato y la separación era cosa segura. Joxe Mari es grande y fuerte, juega balonmano y de muchacho aspiraba a ser profesional del deporte, pero entonces comienzan las acciones armadas de la Eta en favor de una patria vasca y se suma a la lucha en la clandestinidad, sin pensarlo mucho; en realidad, no es de los que piensan, más bien de los que actúan. Gorka, en cambio, es un intelectual, escribe en eusquera, gana un premio de poesía, no comulga con los muchachos del pueblo, encandilados por la guerrilla, y emigra a Bilbao, donde trabaja en una radioemisora y llega a ser pareja de un hombre, separado de su mujer y padre de una hija que le causa sufrimientos.
La Eta mira con malos ojos a los empresarios, categoría en la que entra Txato. Y de la noche a la mañana, todos en el pueblo le quitan el saludo y lo evitan, incluido Joxian. Y se abre un abismo entre las familias hasta ayer inseparables. Xabier y Nerea le sugieren a su padre que traslade su empresa a otra región, pero el viejo es tozudo, bueno, todos lo son. Y lo que vemos a partir de allí es el drama del desencuentro y más adelante, mucho más, la débil claridad de la reconciliación, cuando ya no están todos para alcanzarla.
El autor cuenta la historia desde el interior de cada personaje. Aun cuando utiliza en todo momento la tercera persona, el punto de vista narrativo está determinado por quien vive los hechos narrados en cada capítulo, incluso en ocasiones incorpora una frase en primera persona en la narración que luego prosigue en tercera; un juego manejado con mucho talento. Cada personaje es protagonista de la historia, con igual valor unos que otros, no importa su edad, ni su sexo, ni su condición económica. Transcurren muchos años a medida que avanzan las páginas, durante los cuales los niños se hacen adultos y los adultos envejecen. Las anécdotas van y vienen, como sucesos actuales, como recuerdos, como expectativas. Tal y cual le ocurre a cualquier persona a lo largo de su vida. Y están narrados con soltura, en un lenguaje expresivo y directo, a ratos coloquial, con tacos y decires propios -cagüendios, hostias, leches- que recurre a menudo a palabras y frases en eusquera, el idioma de los vascos. En la península ibérica se hablan varios idiomas: el castellano, el gallego, emparentado con el portugués, el catalán, con cierto parecido al francés, todos ellos provenientes del latín, y el vascuence o eusquera, que no se parece a ninguna otra lengua y es absolutamente incomprensible para quienes lo desconocen. Al final del libro aparece un breve glosario, pero el lector avisado comprende el sentido de los dichos en eusquera sin necesidad de recurrir a él. Son evidentes por la forma en que está trabajada la prosa. Notable trabajo en verdad, de una riqueza que muy pocos narradores alcanzan.
Patria es un libro para leer con detención. No es para avanzar rápido. Una de esas novelas que se paladean lentamente, que dan mucho para pensar. No es lectura de pasatiempo. Es para aprender mucho de la gente, de las relaciones humanas, del amor y el odio, a los que todos estamos expuestos. Bueno, si nos apuran un poco, los chilenos también vivimos no hace mucho una tragedia similar a la de los vascos.

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