La Semana Santa -recién pasada- fue un momento de reflexión para los creyentes. El columnista Juan Jacob eso hizo:  repasa su experiencia personal y lo confronta con su vida en el Chile de hoy.
Habla que tu siervo oye
 
Nací y crecí en una familia evangélica, de niño asistí a la Iglesia Pentecostal. Tuve una muy intensa educación religiosa.
A los doce años pedí ser bautizado, sentía internamente que estaba preparado para morir. Aunque no escuché la voz celestial que me llamase por mi nombre, me sentía en paz y aspiraba a la plenitud que me esperaba más allá de este valle de lágrimas.
Durante toda mi formación recibí muchas muestras de amor. Si bien, había muchos deberes y algunas prohibiciones, siempre agradecí el entorno en que me desarrollé.
Mi sensación es que no crecí en una familia, crecí en una comunidad. Nunca percibí que mi familia fuese más importante que otras, éramos partes de un cuerpo. Aprendí que las personas ajenas a nuestro grupo, eran tan importantes o valiosas como yo, mi prójimo era cualquier otra/o, y mi bienestar no estaba primero que el de ellas/os.
Si no tengo amor, nada soy
 
De joven, me impactó la figura de Jesús echando con azotes a los mercaderes del templo, sentenciando que lo convertían en “cueva de ladrones”, que es algo peor que decir “sois unos infelices”. Mi héroe no temía enrostrar su hipocresía a escribas y fariseos, “sois semejantes a sepulcros blanqueados”, les dijo. En las escrituras supe que el maestro, no perdía oportunidad para señalar a los sacerdotes, a los religiosos, su inconsecuencia y la inutilidad de su religión, “coláis el mosquito, más tragáis el camello”.
Comprendí con relación a la fe, una cuestión fundamental como la precedencia del huevo o la gallina. Si pretendes ser bueno para alcanzar tu salvación, te pierdes, pues eres un egoísta. La enseñanza dice que “el que procure salvar su vida, la perderá”. Nada de lo que hagas te hace grande, si lo haces, justamente para ello, para construir tu alta figura, tu ser admirable. Eres un hipócrita, un mentiroso.
En definitiva ni siquiera debes ser creyente. En la enseñanza conocida como el Juicio de las naciones, el mesías enseña que de nada sirve decir “Señor”, “Señor”, sino más bien, dar de comer o beber a quien tiene hambre o sed, recoger al/la forastero/o, cubrir al/la desnudo/a, visitar al/la enfermo/a, acudir donde está el/la preso/a.
Ama y haz lo que quieras
 
Crecí como cristiano, y es una herencia cuya influencia es irrenunciable. Sin embargo, la religión judeocristiana como otras, todas bondadosas, y orientadas a una ética compasiva, no han logrado al cabo de los siglos hacer de este mundo, un lugar amoroso, compasivo, empático.
Paradójicamente, en la antigüedad y también en nuestros tiempos, hemos sido testigos de guerras y ajusticiamientos religiosos.
En Chile, las conquistas y libertades conseguidas el siglo pasado, en años de evolución de la legislación y la institucionalidad, fueron aniquiladas por la mano militar en 1973. Tras la perpetración de ese golpe artero, siempre hubo junto al ruido de sables, un murmullo beato, cuentas de rosarios, o discursos encendidos como los del obs-cura Hasbún, y algunas/os antihéroes de otros cleros.
En el presente, entre las escaramuzas que vivimos por deshacer tanta vejación, no trepidan unos/os cuantos guardianes de la ignominia, en ofrecerse como intérpretes de la voz divina, para seguir sometiendo a las/os pobres y desamparadas/os, a las leyes del mercado, insistiendo en profanar sus lugares de culto, perpetuándolos como cueva de ladrones.
Tanto es así, que sin duda, mientras tecleo estas letras, los más conspicuos miembros de la aristocracia financiera de nuestra larga y angosta faja, incluido Miguel Juan Sebastián Piñera Echeñique, remojan con su lengua la ostia de semana santa, con la que mascullan sus maldiciones contra pati-pelados, muertos de hambre y de sars-Cov-2, que comprometen sus negocios, provocan la caída de la actividad y ponen en riesgo el crecimiento económico.
El libre albedrío
Definitivamente no tenemos todas/os las mismas oportunidades, el material de la cuna nos marca. La entrada en materia tiene ese sino. De ahí en adelante tomaremos nuestras propias decisiones, las que podamos. Lo que hagamos, no es bueno ni malo, pero tendrá efectos en nosotros mismos y en las/os otras/os. Podemos vivir y actuar pensando solo en nosotras/os mismas/os, o podemos buscar un destino junto a las/os otras/os.
Más allá de la religión en la que me formé, más allá de lo que enseñó Buda, Jesús o Mahoma, más allá de lo que Temáukel mandó hacer a Kénos, en la Tierra del Fuego, todas/os vivimos sin saber, ni entender, para que estamos aquí. Pese a todo el conocimiento científico, seguimos devorando el tiempo sin saber a dónde nos dirigimos.
Pareciera que el avance tecnológico, refrenda el éxito de la especie sapiens sapiens. Sospechosamente, como dice cierto humorista, el avance tecnológico parece estar orientado al servicio de la acumulación de riquezas inimaginables en manos de cada vez menos personas.
La voz, que de niño quise escuchar, habla todo el tiempo. Desde el principio. Lo imposible pareciera ser descifrar su lenguaje. No logramos entender nada, lo que hacemos es construir dogmatismos doctrinales, ritos religiosos, cultos y cuevas de ladrones.
Enfrentados como especie a un año de plagas que de algún modo hemos desatado, nos movemos a ciegas, en un mundo que creemos entender cuanto más lo escudriñamos y sometemos. Nos negamos a la posibilidad de que en lugar de pertenecernos, le pertenecemos. Como majaderamente nos han dicho nuestras/os hermanas/os Mapuche. Dependemos mutuamente con todo lo que hay, estamos implicados. Somos una misma cosa y tendremos una suerte común.
Escuche a un amigo decir:
Cuanta sabiduría perdemos con el conocimiento,
cuanta espiritualidad perdemos con la sabiduría,
cuanta magia perdemos con la espiritualidad.