Este relato no es cualquier historia. El autor, Marcos Sepúlveda, no se pudo contener para hacerlo. “Tenía que escribirlo”, señala. El lector sabrá si le cree o no, si está dispuesto a develarlo de sus propias experiencias o hacerse el leso y dar vuelta la página. Es cuestión de los reyes.
Tengo que escribir sobre la cuestión de los reyes.
Lo escribo antes de que mi memoria olvide donde dejó este recuerdo.
 
Comenzando el año 2021, la mañana del 11 de enero, estaba escuchando el parloteo de la mente, no recuerdo que hacía, pero interactuaba en casa con Simón y Marcela. Mientras todo ocurría, la mente conversaba y discurseaba, no tan lejos de la acción, toda vez que -con mayor frecuencia los últimos dos años- el contexto en convivencia, genera todo tipo de desacuerdos en todas las direcciones, tema en que se distraía la mente advenediza.
 
En efecto, Simón cumplió diez años en junio pasado y me cuesta asimilar si es pre adolescente, pre púber o niño. Pero se da el caso que, pareciera gustar de ciertos privilegios de un niño de doce, como acostarse a la medianoche, o tomar ciertas decisiones de pre adolescente –en las que requiere asistencia de sus mayores, dado que al mismo tiempo, opta por mantener privilegios como si fuese un niño de ocho años- sin asumir autonomía en cuestiones que serían propias a su edad.
 
Así pues, Marcela y yo como madre y padre, difícilmente coincidimos en alguna oportunidad, sobre cuestiones que versan sobre el perímetro del área de libertad de Simón, y su interferencia en las libertades, individuales y/o comunitarias del resto de la familia, o en el derrotero de sus hábitos dionisíacos.
 
La parlanchina mente, esa mañana divagaba sobre la cuestión de, porqué un niño como cualquier otro, podía ser un príncipe, en circunstancias de que no fuese hijo de reyes. Especulaba sobre una supuesta casuística general, o variantes sujetas a ciertas condiciones de una cuna humilde, o no. Pero más sinceramente, acotando el caso, la cuestión era; porque Simón, puede portarse como un príncipe, si ni Marcela ni yo, somos una reina o un rey.
 
Afortunadamente dejé ir esos pensamientos, no pretendí retenerlos ni profundizar en ellos. Tuve pudor, rubor, en fin. Abandoné la mente, la deje hablando sola, para sumergirme en la actividad del momento, no sin la culpa, que me acusaba.
 
Este asunto de la crianza me tiene en cuestión hace rato.
No es un asunto de razones ni opiniones.
Es un asunto de hechos.
Aunque quiera.
Aunque me esfuerce.
Aunque tenga la información
No lo logro.
Estoy pegado, me es muy difícil soltar y hacerlo bien.
 
Al mismo tiempo, es un asunto que implica la trascendencia vital y el viaje hasta más allá del universo.
En ese escenario sideral, me resulta más difícil aún. No es posible aparentar, no es posible de esconder el yerro.
 
Pues, Simón tiene un hermano menor. Javier. Él evadió estos conflictos, se fue mucho antes de tener que pasar por estos incordios, se fue pequeñito cuando tenía dos años y tres meses. Sin embargo, y pese a que muchas personas no estén dispuestas a creerme, Javier me tiene entre cejas.
 
Ya una vez me hizo ver, desde algún mundo paralelo, o desde el refugio cuántico que habita, la constancia de su reprobación, por un llamado de atención a su hermano. Su madre, mucho más generosa e indulgente que yo, también  está notificada al respecto. No por mí, evidentemente.
 
Debo advertir, a quienes leen hasta aquí desprevenidamente, que no es este un texto sobre la crianza, o sobre las relaciones parentales. Pese a que los eventos del relato, tal vez resulten ser un influjo en mi propia vivencia como progenitor -lo que se develará en un tiempo futuro- este es un texto sobre el misterio, sobre lazos indestructibles, sobre la continuidad eterna de la vida, del amor, más allá de todo límite.
 
Claro. Trato de llegar al meollo que me ocupa, pero no es fácil. Debo explicar antes algunas cosas. Quiero contarles que desde una existencia inmaterial, o al menos de muy poca densidad, mi hijo Javier ha logrado comunicarse de diversas formas, conmigo, con su madre y también con otras personas.
 
Quienes estudian fenómenos paranormales y eventos que se relacionan con huellas de seres humanos que dejaron esta vida, saben que en el mundo físico en que vivimos, hay energías que facilitan o se prestan a la manipulación potencial desde otras dimensiones de existencia. En particular la energía eléctrica o electromagnética, es un lenguaje que ofrece un espectro de ondas que ha probado ser dúctil a la manipulación de entidades que no están presentes en nuestro mundo material, no al menos en la misma frecuencia.
 
En nuestro pequeño grupo familiar, hemos aprendido a reconocer señales de distinto orden. Lo que tengo que contar en esta oportunidad, podría ocurrir, si es posible intervenir de algún modo, débiles señales eléctricas, para modificar, alterar, órdenes aleatorias de secuencias programadas, en proyección de fotografías en la pantalla de un televisor. Es una experiencia. Es una vivencia. Es un descubrimiento que vivimos casi todo el año 2020 en diversos momentos. Fotografías significativas, con algún mensaje, en momentos específicos. Horas, minutos, números específicos, números significativos, sincronías.
 
El cuatro es el número de Javier. Indiscutiblemente. Es un dato de la causa, y tema para otro relato. Aquí, debemos darlo por cierto para no dar más rodeos.
El número cuatro y también sus múltiplos.
 
Llegada la noche, de aquel día en que mi mente, insistía en su discurso sobre la realeza y su príncipe, desde la cama, cuando la pantalla del televisor indicaba la 1:04, llamó mi atención, la fotografía que mostraba en la orilla del mar, arena, oleaje y rocas. Una postal que evocaba los momentos que esa tarde pasamos juntos, Simón Marcela y yo.
Lo que uno piensa cuando encuentra un significado coincidente, es; Javier puede estar saludando, él tal vez estuvo hoy con nosotros.
Si es así, y él está saludando, veamos que dice a la 1:22, considerando que 2+2 es 4. Podría ser una imagen de mar como esta, podría ser una cascada. La cascada era una juego que el hacía cuando estaba en nuestras coordenadas.
 
Sorprendentemente, la imagen a la 1:22, fue una foto que no recuerdo haber visto antes. Las mismas fotos pasaron miles de veces ante nuestros ojos todo el 2020. Ahí estaba en la pantalla el rey y a su lado la reina, levemente inclinada, apoyándose en el rey. Románticos, ambos de pie, entre los peones que les rodeaban en el tablero.
 
Las eléctricas neuronas, al instante sacaron el archivo que quería olvidar desde la mañana. Ahí estaba Javier, jugando con los aparatos tecnológicos, diciendo: Te escuche papi, en ese asuntito de los reyes.
 
Esa foto, correspondiente al número 22, vigilantemente esperado, tenía mucho significado. Entonces habría que ir hasta el final. Que se vendría luego. Será posible que a la 1:44 se repita la foto de los reyes. Hay que esperar otros 22 minutos y saber. El ejercicio ahora se convertía en investigación. Cuál sería el ritmo aleatorio de la secuencia de fotos, que fotos aparecerían en los números cuatro intermedios. Ocurriría que se repitiesen fotos de cascadas o preferentemente imágenes marinas, no sabía lo que vendría pero esperaba algo concluyente.
 
Seguí la secuencia atentamente, registrando cada cambio de las postales. No fue regular, algunas imágenes se mantuvieron casi cuatro minutos, otras menos de un minuto. La cuestión es que hay cierta orden magnética aleatoria, una secuencia irregular, que logra entre algunos guiños secundarios, llegar al minuto concluyente, con una sincronía jungueana precisa a la 1:44, tal como muestra el siguiente regístro:
 
1:23; desierto, 1:27; cascada, 1:30; bosque, 1:31; (3+1=4) en perspectiva una serie de cuadrados (4) en fuga, 1:33; imagen marina, 1:35; árboles en un desfiladero, 1:37; escultura de pliegues nervados, 1:38; árbol nocturno, 1:38 pequeñas flores blancas, 1:39; montañas nevadas, 1:39; rocas cueva, agua, 1:40; el extremo de un arcoíris en el campo. Significativo. Evoca experiencia familiar el 4 de julio pasado, 1:41; la imagen de la 1:04, arena, oleaje y rocas, 1:42; ciudad con rascacielos, 1:43; montañas…
 
El minuto esperado; 1:44; un bote pesquero, encallado, recostado en la arena.
 
En su proa, el nombre de la nave…POINT REYES.
 
Tenía que escribirlo.
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