Dike en la noche (1908). Autor: Leon Spilliaert
La discusión respecto a las remuneraciones de las autoridades es de larga data. La transición generó la percepción de coherencia entre alta responsabilidad y pago recibido. Ya es un hecho que ello no se cumple. Marcos Sepúlveda interroga desde su cuento: ¿si el más alto honor es redactar la Constitución, los salarios de las autoridades no deberían ajustarse al pago recibido por los constituyentes? Una reflexión que merece ser tomada en consideración.
La pareja, se veía concentrada. Inmersa en sus serias lucubraciones.
¿Cuál es el monto exacto de la remuneración? – preguntó él sin levantar la vista.
Son, dos millones, quinientos mil pesos –escuchó por respuesta.
Los rodeaba el silencio. Podían oír el vuelo de una mosca, la que finalmente se posó en el respaldo del escaño.
¿Eso es líquido? -insistió mientras registraba cifras.
Sí, líquido.
Mmm – se quedó pensando.
¿Qué pasa? ¿Te parece que no está bien?
No, no. Es correcto, está bien. Pensaba en lo importante, lo valioso de trabajar en la redacción de la Constitución.
Por supuesto, no solo valioso, yo diría que es un honor.
Sí. Creo que, tal vez sea el trabajo más honorable por estos días –se la quedó mirando con ojos que trasuntaban emoción.
Por supuesto, no hay nada más honorable –afirmó ella con satisfacción, diríase, gozosa.
Él frunció el ceño y agregó.
Entonces, ¿No debería ser también, la remuneración más alta?
Ella se turbó, lo miró dudosa.
Pero me dijiste que te parecía bien, no entiendo tus…cavilaciones -le reprochó.
Sí, está bien. No te enojes. Lo que objeto, es que hay otras labores llamadas honorables, no más que escribir la Constitución, pero tienen una remuneración mucho más alta, por lejos. -Contestó ahora con una voz que acusaba cierta molestia.
Ah, voy entendiendo –reaccionó.
El tono de la conversación subía. A lo lejos, se oyó una sirena.
¿Tú estás hablando de las dietas parlamentarias? ¿De los sueldos de las autoridades del Estado? ¿Cierto? -prosiguió.
Exactamente, también de las alcaldías. Es muy alto, un abuso. No está bien. Creo que eso debería terminar. –Los dedos de sus manos se comprimieron y apoyó su boca en el puño derecho.
Oye, pero la Convención, no puede atribuirse ni ejercer funciones de otras autoridades. No es soberana -retrucó.
La sirena ahora cercana, ahogó abruptamente su sonido.
Claro, pero esos ingresos privilegiados dependen de la Constitución y es lo que hay que cambiar. -Sin darse cuenta, llevado por el entusiasmo se había puesto de pie.
Entonces, vio a los dos hombres que se acercaban delante de luces que dibujaban sus siluetas.
Hablando de autoridades, estos vienen de la alcaldía –concluyó.
Así parece -confirmó ella, que con ojos inquisidores preguntó un poco nerviosa.
¿Dices que se podría fijar rentas justas a las autoridades? ¿Remuneraciones más bajas?
¡Exacto! Dos millones quinientos mil pesos. Lo mismo que se consideró justo por escribir la constitución. ¿No te parece? –dijo mirando a los que se acercaban.
Los dos hombres se detuvieron a corta distancia, y en tono áspero uno de ellos ordenó.
Vamos circulando no más. Aquí no pueden estar a esta hora. Estamos en toque de queda, así que abandonen la plaza.
Memo, apurado, agarró su morral que estaba en el escaño, y un par de bolsas plásticas que había dejado en el suelo, mientras le susurraba a Paty.
Vámonos de aquí, que la yuta se puede poner violenta.
Ya jefe, nos vamos al tiro -dijo Paty asiendo el carrito plástico que contenía sus pilchas y cachureos.
Tranquilos, tranquilos, ya nos vamos -les dijo, siguiendo a Memo que, con sus trastos, se alejaba cimbreante, unos pasos delante de ella.
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