Oscar “Cuervo” Castro junto a su hija e hijo (1999). Fuente: memoriachilena.cl
Ayer se cumplió un mes desde el fallecimiento de Óscar Castro Ramírez, el “Cuervo Castro”. Carlos Gho se hunde en el recuerdo del amigo, del director y actor, del joven comprometido, del que hizo del humor su arma de combate en tiempos de lucha y sufrimiento y que contagió de teatro y vida a las personas que conoció en Chile y en el extranjero. Un sentido homenaje que interpreta a los que nunca lo olvidarán.
Fue en 1999, a fines de siglo. Recibo una llamada de la asistente del director de cine francés Federic Lafont que, por encargo de Oscar Castro, “el Cuervo”, solicita autorización a la Corporación Parque por la Paz para hacer unas tomas en Villa Grimaldi para una película sobre la vida del Cuervo que se llamará “Flor de Canela”. Me citan a un restaurant de Providencia donde me encuentro con un equipo de filmación completo, como seis personas que me bombardean a preguntas, incluyendo recomendaciones de posibles actores para representar al guatón Romo y a una tía vieja del Cuervo. Le recomiendo a Fernando “Cachencho” Gallardo y a Margarita Román, respectivamente. Me cuentan que el equipo se establecerá en Colin, el pueblo natal del Cuervo y me regalan un ejemplar del guión del film. Pero, lo que más requieren son antecedentes del guatón Romo y les ofrezco el documental de Nancy Guzmán que les entrego en Colin unos días después, previo préstamo de la autora.
Una vez que ven el documental me cuentan que decidieron no representar al guatón Romo porque no es posible lograr con ningún actor el efecto repulsivo del personaje real. Me impacta el guión que leo esa misma noche, especialmente una escena en el cementerio de Colin en que el Cuervo conversa con los muertos y pregunta por su madre. Los muertos le responden que ellos no saben dónde están los desaparecidos.
Años después, en uno de sus regresos a Chile decide montar su obra emblemática “El exiliado Mateluna” en Villa Grimaldi, con actores aficionados: ex prisioneros y prisioneras de la dictadura. Recuerdo que nos repartió camisetas con una foto del muro de la Villa y la leyenda “Villa Grimaldi Social Club”. Todavía conservo la mía. Y esa vez le pregunté qué había pasado con la película. “Se hizo”, respondió el Cuervo, “te la traeré en mi próximo viaje”. Recién la vi ayer, es un homenaje a su madre desaparecida y a sus parientes de Colin que, cuando él era niño, se juntaban en las fiestas familiares a contar historias fantásticas hasta el amanecer.
Así era el Cuervo. Cada vez que venía a Chile remecía a las personas y a las instituciones, siempre creativo, siempre arrancando risas al espanto. En el campo de prisioneros de Tres Álamos desaparecieron a Julieta, su madre y a su cuñado John McLeod, actor del Aleph. El Cuervo decidió que la mejor forma de luchar era con el humor como arma y tuvo notables copilotos en esa tarea, como el chino Navarrete, como Sergio Lidid, el Quijote de Alcalá. Su alter ego se llamaba Casimiro Peñafleta y fue proclamado alcalde de la república independiente de Ritoque, su última prisión antes del exilio. Fuera de sus alambradas, la república libre de Ritoque estaba rodeada por un país prisionero.
Fue acogido por Francia como refugiado político e hijo pródigo, refundó el Aleph en París, el Teatro que había fundado en Santiago a los 18 años con las patas y el buche, hablando con quien necesitara para conseguir sala y hasta consiguió que Héctor Duvachelle fuera su director. Todos ayudaron a este chico entusiasta que traía el teatro en las venas. Pero no solo París conoció al Cuervo, hay un pueblo completo que adoptó al Cuervo: Corbarieu, un pueblo de los pirineos franceses, en el corazón del Languedoc, la tierra de los herejes, de los disidentes desde tiempos inmemoriales. Un pueblo que hace una fiesta anual recordando a Allende y al proceso chileno, un pueblo donde el Cuervo hizo teatro con ellos, un pueblo completo que el Cuervo contagió de memoria y de entusiasmo.
Por eso es que nunca lo olvidarán. Nosotros tampoco.

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