Narciso (1594-1596). Autor: Caravaggio
El reflejo ha sido una permanente fuente de inspiración para el mundo del arte y las ciencias sociales. ¿Y si llega el día en el cual ese reflejo ya no existe? Diego Muñoz nos invita a revisar esa reacción en el caso de alguien que tiene una gran imagen de sí mismo.
Cierto día el espejo no toleró más su imagen y dejó de reflejarla. Cuando quiso afeitarse, el político no encontró su reflejo. Pensó que estaba soñando, pero comprobó que no era así. Encendió y apagó la luz, tocó la superficie de vidrio, la frotó con una toalla, blasfemó; no hubo caso. Despertó a su mujer y ella sí brotó en el recuadro plateado, estupefacta, un poco divertida. De él, ni rastros. Fueron al baño de visitas: nada. Al de los niños: tampoco.
Nunca más apareció su efigie en espejo alguno. A su esposa le rogó que guardara el secreto. ¡Cómo lo habrían aprovechado sus adversarios! Le costó aprender a rasurarse y peinarse de memoria, así como anudar la corbata. Nunca más contempló su propio rostro. Y liberado de esa visión, actuó en consecuencia.

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