Detalle de la obra “Torture of Women”. Autora: Nancy Spero
¿Qué tipo de arquetipos se deben usar? Francisco Zañartu nos invita a reflexionar desde las obras de Hannah Arendt, Diamela Eltit, Peter Weiss y Karl Jung las cuales muestran que elaborar una respuesta a esta pregunta pasa por una agobiante constatación: la oscuridad y la vileza conviven con la normalidad en la psique humana.
“La cobardía es asunto, de los hombres no de los amantes.”
Silvio Rodríguez.
 
Luego de una larga – y no sé qué tan profunda – reflexión, he concluido que hay pocos arquetipos más peligrosos que el del “patriota eficiente”. La historia está llena de ellos y propongo revisar sólo algunos de estos.
 
Hannah Arendt, en su texto: “Eichmann en Jerusalén” (Penguin Randon House 2014), relata el juicio contra el jerarca nazi, capturado en Buenos Aires y juzgado en Israel en 1961. La autora declara que el gran problema del reo en cuestión es que era una persona normal. Igualito al que se puede ver haciendo cola en el supermercado o participando en la reunión de Padres y Apoderados preparando la Kermesse del 7°C.
 
Eichmann no era antisemita, no tenía un carácter retorcido o una mentalidad enferma. Su único objetivo era ascender profesionalmente y, para ello, sólo debía cumplir órdenes. Estaba convencido que todo requería celo y re-celo y, por tanto, no había en él sentimiento de «bien» o «mal». Se autoproclamaba como un administrador eficiente.
 
Cuanto mejor que hubiese sido ineficiente.
 
Un dato a considerar para entender a este arquetípico personaje es que, en su cotidiano,  debió soportar una frustración: por más que quisiera, nunca sería el Gigante Egoísta. La mansión que cuidaba nunca le pertenecería.
 
Cuarenta y tantos años después del texto de Arendt, subtitulado “La banalidad del mal”, la chilena Diamela Eltit publica “Puño y letra” (Seix Barral. 2005) donde muestra el juicio contra Enrique Arancibia Clavel, arquetípico oficial chileno, confeso de asesinar al General Prats y su esposa en Argentina. Este también fue detenido en Buenos Aires y, a diferencia de su par alemán, fue juzgado en tierras argentinas.
 
Don Enrique era una persona normal también, pero su gran problema era ser homosexual, por lo que, debió esforzarse el doble para de/mostrar que era un eficiente soldado y, por tanto, nadie pudiera dudar de sus capacidades. Está demás decir que su único objetivo era subir de grado en el Ejército.
 
A él, también lo podemos encontrar en la fila del supermercado o en la preparación de la Kermesse del 7°C.
 
El texto de Diamela resiste los catálogos genéricos y, al igual que el de Hannah, transitan entre el testimonio, la denuncia y la historia. Incluye una carta de Pinochet dirigida a Prats, una sección de confesiones del juicio oral y un alegato por la querella interpuesta por la familia de los asesinados.
 
Arancibia, como Eichmann, no quiere ser expuesto. Lo hizo por la patria. Alguna vez, como su símil alemán, escuchó la máxima de Himmler: “Estamos evitando esta guerra a las nuevas generaciones” y, al igual que éste, dejó caer una lágrima ante tal acto de generosidad.
 
A estas alturas, sólo queda reconocer el lugar común que señala: la realidad supera a la ficción.
 
Retrocedemos en el tiempo y llegamos a 1965. Ese año el dramaturgo alemán Peter Weiss estrena su obra “La indagación” (Grijalbo, 1968). Con esa obra, el autor- uno de los íconos del Teatro de la Crueldad – re/presenta el juicio a los jerarcas nazis y, para escribirlo, toma algunos documentos del juicio de Nüremberg. En esta obra no se detiene a los protagonistas en Argentina, sin embargo, al igual que en los otros textos, transita entre el testimonio, la denuncia y la historia. El receptor conoce, entre otros, al Acusado 1, Testigo 3. Luego sabremos que se trata, de Boger, Kaduk y los demás.
 
Aunque parezca majadero, la realidad sigue superando a la ficción y es claro que la crueldad de Weiss es un juego de niños.
 
Uno de estos acusados – el número 7 – declara que él solo se tenía que preocupar de la administración del campo. Es decir, nuevamente, estamos frente a un administrador eficiente.
 
¿Qué diría Jung?
 
El arquetipo del eficiente patriota está consciente que debe asumir la relación costo beneficio, sabiendo que todo beneficio engrandece el futuro de la patria.
 
Un acusado declara que fusilaron a un niño, para que no sufriera al saber que sus padres habían sido gasificados. Es evidente que sólo pretendía salvar a los pequeños de una guerra futura. Hay que evitar a toda costa el sufrimiento de los pequeños. Boger y Kaduk, a quien también podemos encontrar en el supermercado o preparando la kermesse del 7C, lloran emocionados recordando la emblemática cita de Himmler.
 
Los receptores nos sentimos agobiados por el intertexto.
 
Jung, se limita a parafrasear a Silvio Rodríguez y se pregunta: “¿Qué tipo de arquetipos se deben usar?”