Alfonso Luco Rodríguez

“…quienquiera entender nuestra tradición racista, sexista y colonizada, universalista, tolerante y crítica no podrá prescindir de estudiar al ser humano sin tenerlo en cuenta; es lo que auguraba y exhalaba Alfonso Luco Rodríguez.”

A mi querido amigo Alfonso Luco, In memoriam

A Pilar Walker y su eclipsada soledad

Ha transcurrido poco más de un año desde que la Organización Mundial de la Salud (11 de febrero de 2020) calificara finalmente al brote de coronavirus como “pandemia” y, junto a ello, se ha inaugurado una época verdaderamente problemática para la humanidad, pues han sido ¡tantos! los cercenamientos que nos hemos visto forzados a la construcción individual de telones de acero para no terminar tan heridos, tan –huelga decirlo– cercenados.

El egoísmo colectivo que nos precede iba perfectamente de la mano con el individuo descentralizado que habría en cada uno de nosotros; quienquiera entender nuestra tradición racista, sexista y colonizada, universalista, tolerante y crítica no podrá prescindir de estudiar al ser humano sin tenerlo en cuenta; es lo que auguraba y exhalaba Alfonso Luco Rodríguez.

Sin tesis de pretenciosa extravagancia ni ínfulas de intelectualismo, el psicólogo militante con sus conocimientos en ristre construía, tras sus verdades peregrinas, el monasterio laico de la historia abismal con la que deseaba alcanzar una mayor claridad.

Alfonso supo que ser héroe cuando los peligros han pasado eran de una desfachatez muy propia de los ogros sanguinarios que pululan todos los días por las distintas esferas del poder, aun si estos son periféricos, simbólicos o gremiales. Su fundamento común fue el reconocimiento de verdades parciales –históricas y subjetivas–, su ambición empírica consistió en un relativismo cognoscitivo ajeno al dogmatismo hermenéutico y trazó las líneas maestras –sin proponérselo– de lo que parece caracterizar tres enunciados correlacionados:

1-. Nunca se puede acceder al ser humano sin comparecer ante el ser humano. Nuestra historia (la de la humanidad), entonces, se pronuncia sin las cartas marcadas (ni la caterva de aquella Orden fallida e imposibilitada de tomar conocimiento de la realidad que se toca con el dedo: el Colegio de Psicólogos de Chile).

2-. La disciplina que caracterizó a Alfonso Luco fue sin riesgos diplomáticos vaticanos cuando la dictadura cívico-militar trazó la monotonía de una existencia con la belleza de la violencia y la muerte.

3-.  Si los poetas son los «legisladores del universo» (Shelley), y ya puesto a citar los clásicos, prefiero por mi parte la distinción establecida por Montaigne a la hora de citar tres actitudes con respecto a la verdad y a los valores: la una es la de los nihilistas (o “anarcos” como se les llama eufemísticamente por nuestros días), que han renunciado a buscarlos, la otra la de los dogmáticos, que ya los han hallado, y la última es la de los exploradores impenitentes, que se empecinan en continuar buscando, aun a sabiendas de que su búsqueda nunca llegará a su fin.

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Sin ningún afán por agradar he optado por arriesgar opiniones políticas ante un loco cargado de razón, sus desconocidas angustias permanecerán en el regazo de su hermosa compañera-mujer-compañera (“que comparte el pan”: Pilar Walker Gana), su presencia ausente ante esta realidad precavida, tristeza traumática y política apocalíptica frente a los coronakilos, la naturaleza temporal del ser humano puede convertir la finitud agobiante en seres humanos deliberativos.