“Cada día, de camino a la escuela, pasaba por mi casa y me recogía, así es que yo llegaba a la Escuela tomada de su mano. La comunidad escolar creía que entre nosotros había una relación de parentesco, lo cual creó una burbuja protectora a mi alrededor.  Y al término de la jornada, volvía de su mano hasta la puerta de mi casa.   Recuerdo que ella conversaba con mi madre”.

(*) Aporte recibido en respuesta a la convocatoria “Nuestros/as profesores/as inolvidables” de la Corporación Hoja en Blanco.

Nací en la ciudad de Curicó, el 1° de Marzo de 1949. Mi primera infancia transcurrió en la comodidad de la casa de mi abuela paterna, en un hogar donde solo había cuatro mujeres adultas que me criaron y mimaron: mi abuela, dos tías y mi Nana. También estaba mi perrito, Toby.

Cuando tenía 5 añitos, mi abuela enfermó de un cáncer de mamas; fue entonces que conocí a mis padres, que la visitaron antes de su deceso. Cuando mi abuela falleció, mis padres asistieron a su funeral y me llevaron con ellos a su casa en Concepción.

Vivían en una bodega de frutos del país, en un barrio comercial de Concepción, en una casa modesta, donde me enteré de que tenía tres hermanitos menores que yo. ¡Fue tan difícil y doloroso adaptarme a ese entorno!  ¡Fui trasplantada a un hogar donde no conocía a nadie!  Me sentí abandonada, perdida, desesperada. Lloraba continuamente y eso enojaba a mis padres.

Se me exigió cumplir el rol de “hermana mayor”. Recibía órdenes que era incapaz de realizar, por lo cual recibía castigo físico y psicológico por parte de mi padre. 

El 1° de marzo de 1955 cumplí seis años e ingresé a “primero de preparatorias” en la Escuela N°3, República Argentina, en la ciudad de Concepción.

Y allí estaba ella, mi profesora, la señora Tegualda Inostroza.

¿Intuyó lo que ocurría al interior de mi hogar?

Lo ignoro, pero lo cierto es que me tomó bajo su protección.

Cada día, de camino a la escuela, pasaba por mi casa y me recogía, así es que yo llegaba a la Escuela tomada de su mano. La comunidad escolar creía que entre nosotros había una relación de parentesco, lo cual creó una burbuja protectora a mi alrededor.  Y al término de la jornada, volvía de su mano hasta la puerta de mi casa.   Recuerdo que ella conversaba con mi madre.

Ignoro el tenor de esas conversaciones, pero como consecuencia terminaron las agresiones en mi contra. Ella fue mi profesora la jornada completa durante los seis años de la Instrucción Primaria, como se llamaba en esos años. Fui una alumna aventajada y feliz durante ese periodo escolar.

Siento que ella sembró en mí la semilla de la resiliencia, la perseverancia y el deseo de ser una mujer profesional y autónoma.

Siendo ya una profesional y conversando con mi esposo de nuestras experiencias en la primera infancia, experimenté la certeza de que ella me había salvado la vida y que debía agradecerle personalmente. 

Busqué datos a través de mi madre y logré acceder a un número telefónico.  Pero fue tarde.  Ya se había elevado hacia planos superiores.

Marqué ese número con mano trémula y me respondió la voz de una mujer joven. Era su hija. Le expliqué que deseaba agradecerle a esa profesora que me rescatara del dolor y me transmitiera los conocimientos básicos para que lograra cumplir mis sueños. Ella se emocionó y me agradeció el mensaje. Me despedí con tristeza. ¡Había llegado tarde!

Quise compartir con ustedes mi reconocimiento y gratitud para con esta docente, que me entregó mucho más que conocimientos académicos. ¡Creo que se lo debía!

¡Gracias, invaluable maestra, señora Tegualda Inostroza!