“Hoy, cuando la ultraderecha disfrazada de oveja vuelve a ganar espacio electoral, es cuando más tenemos que dar. Dar a la causa común de una democracia precaria, pero ganada a punta del esfuerzo y la lucha de muchas personas que han muerto por conseguir una mejor sociedad.”

Durante muchos años trabajé enseñando comunicación oral, hoy enseño Yoga. Siempre me interesó escuchar, observar las formas en que nos comunicamos y cómo las palabras pueden dar vida o quitarla. Escuchando los discursos poselecciones de los candidatos que pasaron a segunda vuelta, no pude dejar de leer en las palabras del candidato que sacó más votos las señales de una cultura de autoritarismo, infantilismo y banalización de los problemas sociales.

“Todo va a estar bien”, “Todo va a estar bien”, “Todo va a estar bien” se escuchaba corear a las personas presentes en el discurso del candidato de ultraderecha Kast. Una suerte de deseo o súplica infantil de alguien que cree que, pidiéndolo, el bienestar llegará. Y el candidato promete con palabras frente a su público aquello que, también con palabras, expresa no cumplirá en su programa, sino todo lo contrario. Promete paz y justicia, pero cerrará el Instituto Nacional de Derechos Humanos y el Consejo Nacional de la Infancia; promete bienestar económico, pero nos hará trabajar hasta los 80 años; promete sus brazos abiertos a todos, pero castigará a quienes no se hayan casado, a quienes sean homosexuales, a quienes producto de una violación deban cargar con un embarazo no elegido, a quienes no profesen su religión, a quienes investigan en ciencias, a quienes luchan por el agua, por la comida, por todos los bienes que la naturaleza nos ha dado, pero que algunos, ilegítimamente, se los han apropiado para construir sus fortunas. Pero si te portas bien, y te atreves, eres de los “buenos”. Y eso suena muy parecido a los experimentos sociales pos Segunda Guerra Mundial, en que se pedía a los sujetos de estudio aplicar electricidad a otros, hasta la muerte incluso, por el bien de la investigación. 

Pensar que existe “gente buena”, como tantas veces denominó el mismo candidato a sus adherentes, es asumir que existe gente mala del otro lado, esa a la que tememos y por consiguiente odiamos, convirtiéndose en el enemigo. Y cuando hay un enemigo, solo quedan dos formas de relación, el sometimiento o la eliminación. Así lo hemos podido constatar a lo largo de la historia de la humanidad. En nombre de la libertad y la paz, dos términos repetidos una y otra vez en el mismo discurso, se han cometido las peores atrocidades. Y muchas “buenas personas”, como tú y cómo yo, se volvieron criminales siguiendo las órdenes de aquellos que les prometieron una vida mejor, pero que, en verdad, solo les habían utilizado. 

¿Quién es el enemigo en este caso?

Todas las mujeres que gracias a una larga y dura lucha de siglos hemos conseguido mover las barreras del sometimiento y, entre otras cosas, un lugar de poder representado en Chile por el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género. 

Todas las personas que han tenido, o no, la valentía de manifestar su disidencia sexual y con ello vivir una vida de coherencia y respeto por sí mismas.

Todas las familias que no encuadran en la estructura parental tradicional, madres y padres solteros, parejas no casadas, tíos, abuelas, hermanas, primos, amigues, animales, tantas formas de familia que tenemos y construimos en nombre del amor y el cuidado por otros seres vivos.

Los pueblos originarios que luchan por recuperar tierras usurpadas, el derecho al agua y a las riquezas naturales que son explotadas solo por unos pocos inescrupulosos que niegan la crisis climática.

Todas las personas con creencias políticas, religiosas, filosóficas, distintas, porque pareciera ser que las ideas matan. Tanto así se ha instalado este pensamiento que muchas personas prefieren no pensar por sí mismas porque es más fácil estar al lado de las personas buenas (y poderosas) esperando con los ojos cerrados que todo esté bien. 

No existen las buenas y las malas personas, existimos las personas con toda nuestra historia, con nuestros miedos, confusiones, con tantas herencias que no nos hemos cuestionado y con tantas contradicciones que no queremos ver. Nos la pasamos echando la culpa al empedrado y exigiendo a otros que hagan lo que deben hacer. Cumplimos años y no nos damos cuenta de que seguimos siendo niñas y niños esperando que alguien superior nos resuelva las necesidades y problemas. Niñas y niños esperando ser gratificados rápidamente y si no, pataleta. Pidiendo, pidiendo, y dando muy poco.

Hoy, cuando la ultraderecha disfrazada de oveja vuelve a ganar espacio electoral, es cuando más tenemos que dar. Dar a la causa común de una democracia precaria, pero ganada a punta del esfuerzo y la lucha de muchas personas que han muerto por conseguir una mejor sociedad. Dar a la causa común de una comunidad que en distintas formas está trabajando para que en Chile tengamos una sociedad más madura, que no está esperando ningún tipo de héroe, y donde cada cual nos hacemos responsables de nuestros deberes para con ese país en el que deseamos vivir. Dar a la causa común de quienes valoramos la vida, el respeto, el diálogo, la honestidad, el amor y vemos en el dinero un medio no un fin. Dar a la causa común de un proceso constituyente inédito en la historia de nuestro país, donde hemos elegido a nuestros representantes quienes escribirán la nueva constitución de forma democrática. Dar a la causa común de los que vemos en Boric un ser humano, con todas las limitaciones que tenemos las personas humanas y en quien no ponemos solo esperanzas al darle nuestro voto, sino la responsabilidad de cumplir con su parte de la tarea y con la palabra empeñada. Si no quieres arrepentirte de tu voto, no te quedes con los discursos y los eslóganes, lee las propuestas programáticas de ambos candidatos y fíjate en la letra chica. No existe el paraíso y no existe lo perfecto, existe el potencial de construir o el potencial de destruir y es sobre eso que debemos elegir.