Pero la inmensa humanidad espera,
la vida es esperanza. (Nazim Hikmet)

Quienes se horrorizan al ver amplios sectores de Santiago sin faroles, sin vidrios, sin pavimento, con monumentos rayados o destrozados, no saben o no quieren saber que en peores condiciones vive esa inmensa humanidad de nuestro propio país, donde sus barrios suman al deterioro del entorno las carencias de las viviendas mínimas, construidas al mínimo costo y diseñadas sin respeto por Estado, empresas y profesionales que consideran que quienes habitan allí solo deberían agradecer tener un techo. ¿Alguien recuerda las miserables casas COPEVA que se deshicieron con las lluvias de junio de 1997? ¿Y las “soluciones habitacionales”? Un pequeño espacio con conexiones a agua, pensado como baño o cocina o ambos, que las familias utilizaban para vivir, porque era el techo que no tenían.

La mayoría desconoce esa realidad, porque la dictadura trasladó a los pobres lejos… muy lejos, de ese 10% más rico de la población, carentes de todo tipo de servicios básicos; también lejos de nosotros, porque tenemos un trabajo más o menos estable. De esa misma periferia, que carece de buenos servicios de locomoción pública, de estaciones de Metro, a pesar de su innegable expansión, sale a trabajar la inmensa humanidad para recibir bajos salarios, agregando al horario laboral 2 a 4 horas de traslado. La inmensa humanidad de nuestro país, más del 50% de la población, debe comer, pagar cuentas de servicios, locomoción… con $300.000 y menos; debe pagar arriendo, dividendo o, si tiene suerte, vivir como allegada de otros pobres pero ricos en solidaridad.

Alza de la locomoción: detonante de muchas protestas

En el mundo y en Chile, muchas de las grandes protestas han sido desencadenadas por alzas de la locomoción que, sin duda, son un ejemplo más de las grandes desigualdades que coexisten. La llamada protesta de la chaucha en agosto de 1949, en el gobierno de González Videla; un peso de la época equivalía a cinco chauchas, 20 centavos, lo que podría parecer insignificante, pero la locomoción subió una chaucha y se desató el infierno. El presidente, radical, había sido elegido con el apoyo del Partido Comunista, al que declaró su enemigo en 1948, mediante la llamada Ley de defensa de la democracia, conocida popularmente como Ley maldita. De ahí en adelante, sus militantes fueron excluidos, perseguidos, apresados, relegados, muertos…

Encabezaron las protestas los estudiantes de la Universidad de Chile, con el apoyo de obreros y empleados. ¿Cómo se manifestaron las protestas? Como siempre: barricadas, marchas, incendios de autos, apedreos y destrucción de microbuses, industrias, tiendas, vitrinas… ¿Qué hizo el gobierno? Llamó al ejército a reprimir las manifestaciones, se decretó Estado de Sitio, hubo más de 20 muertos (hasta ahora no hay claridad de las cifras y algunos estudios dicen que fueron 60) y centenares de heridos.

“Ayer, ya habían empezado las manifestaciones, pero hoy fue como un terremoto. El motivo es el aumento del precio de las “micros” que son los autobuses de Santiago. Cada vez que pasa una, la voltean, la saquean, le rompen los vidrios, y luego la queman. Mi conferencia en la Universidad de Chile fue anulada porque estudiantes se la tomaron. Cuando salí a la calle, todos los almacenes habían bajado su cortina metálica. La tropa, con casco y armada, ocupa la ciudad. A veces dispara al blanco. Es el Estado de Sitio. Durante la noche oigo disparos aislados”. Quien escribe esto es nada menos que el gran escritor Albert Camus, el 17 de agosto de 1949, de visita en Chile después de haber estado en Argentina.

La chaucha ha ido saltando de protesta en protesta, solo cambia su apariencia. En 1989 el pasaje escolar subió de $15 a $20, generando grandes protestas de estudiantes y trabajadores, todavía bajo la presencia de la dictadura.

En 2019 fueron los $30 de alza… y se prendió la ciudad… mientras las desigualdades, la pobreza y segregación extrema, la explotación, los abusos, persistan para la inmensa humanidad.

En julio de 1986 hubo un gran paro nacional que no solo buscaba terminar con la dictadura, sino con el modelo neoliberal asegurado con la Constitución de 1981 para mantener las grandes desigualdades que seguimos padeciendo: sistema de AFP, ISAPRES, mantención de las garantías desmesuradas que habían tenido los empresarios todos esos años, y muchas otras.

Aunque en 1989 ya había ganado el NO, fue un año de mucha efervescencia e inquietud por algunas señales ya más evidentes de segregación y exclusión de ciertos grupos, con inquietud por las futuras elecciones presidenciales.

Entre 1973 y 1990 la dictadura cívico militar profundizó la desigualdad que ya existía, apoyada por esa estructura de reglas del juego que es la que nos domina hasta ahora con mínimos cambios: la Constitución del 81. Esos problemas estaban presentes en esos años y están vivos hoy, porque en 2022 la desigualdad ha ido aumentando cada vez más, gracias a la extrema concentración de la riqueza en manos de una elite que, en nuestro caso como en tantos otros países del continente, maneja la política y la economía.

Algunos estudios señalan que, a nivel del planeta, más del 80% de la riqueza está en manos del 1% de la población. Un estudio de la CEPAL sobre desigualdad reveló que el 1% más rico de Chile concentra el 22,6% de los ingresos y riquezas del país,  https://www.emol.com/noticias/Economia/2019/11/28/968758/Cepal-1-mas-rico-Chile.html

La Constitución del 81 fue hecha por estos grupos y para sentirse seguros a perpetuidad, aunque en algún momento las condiciones políticas variaran. Cambiar esa Constitución es una tarea pendiente y, pese a todos los posibles los errores cometidos, se conformó un grupo de ciudadanos que fue capaz de concordar un documento que representaba un conjunto de aspiraciones a derechos humanos básicos que perdimos durante varias décadas. Tenemos que continuar participando activamente desde el lugar en que estemos, para alcanzar esa nueva Constitución que, aunque sea en los largos plazos de la historia, no podemos soslayar ni parchar si buscamos construir democracia para la sociedad en su conjunto.

El resultado del proceso, altamente contradictorio, requiere conversar y pensar. Uno de los temas es el de las voces de grandes grupos que dejaron de ocupar los espacios públicos desde la dictadura y no los recuperaron desde los 90 en adelante, pero sí surgieron intérpretes que creían ser sus fieles representantes. Es urgente conversar, comentar, discutir, analizar, como el tejido social que somos, que debemos recuperar y reconocer, avanzando en el rol de legítimos sujetos sociales.

Las campañas del terror pueden lograr lo que se proponen porque trabajan sobre simplificaciones extremas de la realidad. El modelo político y económico que guía nuestras formas de vida opera sobre el individualismo: somos únicos culpables de nuestra pobreza, carecemos de competitividad y de capacidad emprendedora y muchos etcéteras similares.

La pobreza se aprecia como carencias personales que impiden nuestro acceso a todos los bienes. Ser pobre es vergonzoso y hacemos nuestro de manera profunda el temor de perder una casa que no tenemos, que difícilmente podremos tener con los salarios que recibimos; y hacemos nuestro el profundo temor a perder la libertad de poner a nuestros hijos en el colegio que queremos, que nos hace creer que tenemos esa posibilidad, mientras la realidad oculta que esa libertad requiere pagar por ella, porque hemos perdido el derecho humano a acceder a una educación de calidad.

Los invito a mantener activamente vivas esas múltiples esperanzas, desde el lugar en que estemos, como el poema “La inmensa humanidad”, de Nazim Hikmet. El desarrollo humano está interrelacionado siempre y se construye permanentemente desde nuestras particulares y disímiles realidades y esperanzas personales y colectivas, tejidas y creadas a lo largo de la vida, en permanente movimiento, buscando un mundo mejor.

Josefina Muñoz Valenzuela, noviembre 2022