Por Diego Muñoz Valenzuela

Pensó que podían asaltarlo acaso regresaba muy tarde. Regresó temprano. Ya dentro de su casa, meditó acerca del agudo crecimiento de la delincuencia. Decidió no salir al día siguiente. Un ruido cualquiera lo hizo despertar asustado. Concluyó que podían asaltarlo forzando la puerta de su casa. Resolvió contratar a una empresa de seguridad para reforzar las entradas e instalar dispositivos de seguridad. Aún así, lo dominó la angustia: sin armas para defenderse era una víctima propicia. Encargó armamento sofisticado y recibió el debido entrenamiento. No obstante, el miedo volvió a apoderarse de él. Nada podía protegerlo de una lluvia de aerolitos, ni de rayos, ni de una guerra bacteriológica. Aterrado, acabó por quitarse la vida. Nadie pudo entrar a su casa; en consecuencia nadie supo de esto. Como si esta historia jamás hubiera ocurrido.