City of London (1951). Autor: Robert Frank
Diego Muñoz nos expone descarnadamente la tramoya de la guerra: la política, los medios de comunicación y, por supuesto, los negocios. Esa tramoya convenientemente olvidada y que deja sólo a los muertos y sus estatuas.
El empresario vio una formidable oportunidad de negocio. Habló con el ministro, luego con el senador y les explicó lo que debían hacer. Después conversó con el director de la red de medios de comunicación de su propiedad. Negoció con los mayores proveedores extranjeros. Tras unos meses, se declaró la guerra. El ejército compró los pertrechos a la industria del empresario, pues era el único que los tenía a mano, a un precio –por cierto- elevado. El general dirigió la guerra: millares de soldados y armas fueron movilizados. Los jóvenes héroes fueron inmolados en decenas de batallas: defendieron la patria con su vida, hasta la última gota de sangre. Su ejemplo fue destacado en los noticiarios. Las madres despidieron sus restos cubiertos con la bandera en ceremonias de gran marcialidad. Las utilidades fueron formidables. Vino el armisticio. Lentamente todo fue volviendo a la normalidad.