En la oscuridad del Palacio de La Moneda, en medio de la soledad, Jorge Lillo nos abre los salones y patios para percibir sus fantasmas y las sombras gigantes de sus héroes.

Relatan, quienes le habitan,
que penan en La Moneda;
por eso, pocos se quedan
cuando no los necesitan.
Despiertan las animitas
cuando el Palacio está a oscuras:
sale a penar la Cordura,
solloza la Inteligencia
y se arrastra la Decencia
cargando cadenas duras.
 
El patio de los cañones,
casi siempre solitario,
oye gemir al Salario
que requieren los peones.
Vagando por los salones
la República, transida,
quiere volver a la vida
y la Libertad, en pena,
lamentando su condena,
sigue presa, detenida.
 
Hacia el lado de la plaza
que llaman Constitución,
vaga ausente la Razón;
clamando, el Criterio pasa.
La Voluntad se desplaza
por vacíos pasadizos,
y llena el segundo piso,
en fantasma, la Justicia.
Entretanto, la Pudicia,
gime y busca al Compromiso.
 
Se pasea lentamente,
pa’l lado de la Alameda,
José Manuel Balmaceda
con una herida en la frente.
Y por el costado oriente,
luces se apagan y prenden,
sin que sepan los que entienden,
–ni que lo explique la ciencia–
por qué hace acto de presencia
la sombra inmensa de Allende.
 
Nota: El presidente Arturo Alessandri llamaba La Moneda “la casa donde tanto se sufre”.